Según algunos libros, la primera cerradura fue creada en Asia Central, 2500 años antes de Cristo y su diseño fue utilizado hasta la época de los griegos, 2000 años después.

Este tipo de cerradura primitiva consistía en cerrojos de madera que se mantenían cerrados mediante clavijas que encajaban en unas ranuras.

Después, en el siglo XV comenzó la fabricación artesanal de cerraduras metálicas hechas con más complejidad y eran más difíciles de abrir.

Luego, en 1778, un cerrajero inglés llamado Barron, patentó una cerradura que disponía de un cerrojo que solo se abría con una llave y se mantenía cerrado por medio de unas palancas.

Otro británico, Joseph Bramah, en 1784 ideó otro sistema de cerradura que disponía de una llave con ranuras y muescas que encajaban en segmentos, lo que dio pauta a la cerradura moderna.

Las cerraduras fueron perfeccionándose hasta llegar al cilindro de latón giratorio, el cual gira dentro del tambor y esta parte se acciona al introducir la llave.

Tal cilindro tiene varias perforaciones y en cada una de ellas se encaja una clavija dividida en dos partes: perno y contraperno, las cuales son empujadas hacia abajo mediante un muelle de acero situado en su parte superior.

Cada uno de los contrapernos que forman las clavijas tienen una longitud diferente y dependen de la profundidad de los dientes de la llave.

La clavija no deja girar la cerradura sin la llave adecuada.

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